Encarcelaron las plazas; rompieron los asfaltos; afanaron el presupuesto de educación pública; cobraron muchas multas; sacaron el sector fumadores; rompieron las casas para hacer avenidas iluminadas (¿dónde quedó mi La Boca querida?) al mejor estilo Palermo; llenaron de fantasmas policíacos vestidos de ajedrez (¿es en serio que arguyen que el gobierno no supo manejar el tema de la seguridad?, ¿ellos sí?).
Bueno, ahora dice que tiene la “vocación de ser presidente”. Pero ¿qué es la vocación esa, Mr. Maurice?
En La vida de los hombres infames, Foucault nos presenta algunos documentos infames (los llama “avisos” y ni siquiera son casi literatura, sino fragmentos de un discurso de coacción que atraviesa la ética inmanente occidental) de hombres infames. ¿Cuáles son los hombres infames? Aquellos que no tienen ninguna gloria.
Los infames del siglo XVII y XVIII eran realmente pintorescos, productos de discursos asustados, los verdaderos condenados a no permanecer en la memoria de los hombres. Salvando las distancias, nadie quiere recordar al jefe de gobierno de la Capi, pero tenemos que hacer el esfuerzo.
Vaticinaba Foucault, que la La vida de los hombres infames podría propagarse en otras horas, en otros lugares (en otro tiempo). Nos queremos zafar del estructuralismo, pero siempre aparece . Acá, no tenemos archivos policiales (en realidad los hay; hay hasta grabaciones que confirman el discurso del infame), no hay archivos de encierro, mucho menos hay órdenes reales; sin embargo la infamia se prolonga y no ya de la mano de un vagabundo, de un vendedor ambulante que se pone en pedo, ni de fabricantes de zuecos (ya no se usan los zuecos, de hecho –salvo raras excepciones infámicas*) sino de un tipo que alguna vez nació con bigote y luego se lo quitó, intentando hacer creer que evidenciando la fachada newbie se ejecuta el verdadero cambio
Ahora el PRO, busca robarnos los colores, pero esta vez es un acto democrático. Ja!
Hay que leer La Nación. Hay que leerlo.
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