sábado, 9 de abril de 2011

Desasosiego

Temo a los clavos que envuelven con tajos el día más que las noches, entonces quisiera que todos los vidrios se hagan planos, llanuras vastas, que formen ventanas y los hierros del mundo, fierros, metales brillosos, metales sobre todo, se redondeen, gordos, delicados, indoloros que formen juguetes de gurises y construyan plazas.
Debí, en cada agujero de la cara, meter papeles, bollos de papel que tapen para que no salga nada; y temí, nuevamente. Quise que las ventanas, montados esmeriles de líquido ingenuo, unidos los pedazos que no corten, curvadas sus puntas, se abran pares y dejen volar los cuerpos.
De esa noche memorable, algunos recuerdos:
Vino pálida y entró sin aviso, hermosa sin rostro, descarada mujer horrenda que me acechó al borde de la cama, mirándome sin decir nada; sin ojos se clavaban los huecos de su cara en mi frente llena de ellos, apuntando vaya yo a saber qué cosas desconocidas; de boca torcida reía su único diente que merodeaba la orilla de su lengua como un carbón millonario, gastado y brilloso monstruo que convierten los años. Intentando correr mi mirada, insinué no haberla visto, pitonisa radiante que inspiró el miedo en aquél encuentro, qué llegó a hacer en esa madrugada que se han borrado mis recuerdos. 
Dije “Calígula”, y llevaba cara de dama, yo no conocía sus secretos ni su historia, y la sibila quizá enojada, echó un injurio sobre mi almohada. Nerviosa atiné a escaparme a la cocina, un vaso detrás de otro, era todo agua, y nadie puede negarme que hay sabor más iluso que el de ella a las tres de la mañana cuando cae en la garganta un abismo silencioso que, en la cañería de los hombres, apaga palabras y moja las muelas con sus ganas de volver al río, mar no salada.
Pitonisa conoció la guerra y andaba enojada, pues yo, mujer corriente de eso no entendía nada. Anoté la palabra para no olvidarla, Calígula, mujer ardida.
Pitonisa escupió dos hilos gordos de baba sobre mi cara; bruja maldita a qué has venido, mis retinas le gritaban, y su vestido, negro de viejas noches, bailaba con el alba las canciones instrumentales de horrorosas ausencias morfológicas. Nada tuve que hacer para olvidarla.
Temo a los cuchillos, a los vidrios, los espejos que saludan mis refuerzos cada mañana; quiero ver el parque extendido por esos juegos. Esos juegos de los niños que hamacan execrables mañanitas que tejen las señoras.

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