lunes, 26 de septiembre de 2011

Neologismos amativos (remake en eras de remake)



Un neologismo hecho carne. Así caminaba Simón, con sus neológicas patitas, y sus neológicos pensamientos. No había parámetros para su ficción, ni existía la posibilidad de realidad dentro de su mente. Cierto día lo crucé por la Plaza Colombia, y yo sin esperar menos que un piropo, me gritó descaradamente “yo no tengo problemas léxicos y usted es estúpida” ; riendo tímidamente aligeré el paso y corrí al banquito, saqué el espejo del bolso marrón de cuero y con olor a aceitunas viejas, y me miré; todo estaba en orden, el brillo labial intacto, el rimel impecable, mis ojos sin lagañas, el maquillaje esplendoroso, pero había un pelo, un pelito ínfimo, una punta desgarradora escapada de un pinza, negro azabache, brilloso, mínimo, irritante, irritable, espectador de toda mi vida, y él sigue retumbando en mi oído “estúpida”, y noto que no tiene problemas léxicos, y vuelvo a mirar la patita de hormiga en el borde de mi labio superior, y me sonrojo. Tendría que haber corrido a mi casa a deshacerme de ese pelo, pero mis objetivos no tenían relación con aquella figura maliciosa de la mujer castigada. Quería seguirlo, quería saber dónde vivía, si estaba casado, cuántos hijos tenía, si le gustaba el vino tinto o el pescado; por qué me habría llamado de ese modo, apenas me conocía, apenas pudo ver mis piernas depiladas y mi caminar entre lo femenino y lo absurdo.
Permitiéndome seguirlo, lo seguí; él entró al edificio y yo detrás suyo; viajamos en el mismo ascensor pero él no me reconoció y le dije cordialmente “buenosos días”, me miró hostilmente y “buenas tardes”; y a qué piso va, no le contesté, de reojo seguía mirándome esa pelusita de gato, menuda y amenazante, en el espejo. Se bajó en el quinto piso y cerró la puerta del ascensor sin despedirse. Mientras tanto me dejaba llevar por el ascensor y a cada pasajero (porque para mí, todos eran pasajeros de ascensor y no me repliquen que cada cual viaja a su departamento; no hay tu tía, somos todos viajantes) le sonreía y me decía para mis adentros “cuánto viaja la gente en ascensor” y subir y bajar ya me daba lo mismo. Estuve tres horas de ese modo, hasta que finalmente una vieja llamó a la policía y me sacaron esposada del edificio con la carátula de “voyeurista en propiedad privada”; cómo era de esperarse, rápidamente salí de la comisaría y más rápido aún llegué a mi casa para deshacerme de ese pelo negro en el borde de mi boca y caer rendida a la cama luego de una tarde efusiva.
Su voz ronca había llamado mi atención, así que al otro día al levantarme asistí de nuevo al encuentro; me senté en el banquito esperando que pase pero no pasó. ¿Y si escuché mal? ¿Y si no me dijo estúpida? ¿Y si realmente me dijo estupenda? Sin respuestas me fui a casa, pero yo sabía muy bien que me había llamado estúpida y que además sabía de sus neológicos pensamientos, pero cómo lo sabía, él no lo sabía, por eso me dijo eso y por eso le hubiera agradecido a Carmiña toda mi vida por haberme hecho cruzar con el amor de mi vida. Fue ella la que me dio la información sobre el tipo de la voz ronca, el de los problemitas neológicos me dijo. Y amativamente sentí que su amor me correspondía y que la fluyencia de lo amativo en la vida de la feminosa corazonada, debía darme los buenos augurios para que él me ame tan pompulosamente como yo. De ese modo, día y noche me sentaba en el banquito esperando cruzármelo nuevamente, pero en dos semanas no tuve noticias de aquél y decidí emprender otra aventura al edificio del cual me habían echado. La suerte me acompañó y una llave prendida de la mano de un hombre de traje bizcoso, me dejó el paso libre. Tomé el ascensor con la esperanza de encontrarlo, le toqué el timbre y allí: él.
-¿Si?
-Soy Jazmín Castilla de Castilla la más vieja,  y lo amo
-¿Cómo?
-Locurosamente, espero que usted me quiera poseer entre sus brazos para desplegar la jugativa de los amantescos placeres de una enamorada mujer como yo, de usted mismo.
-No la entiendo señorita, pero pase, ¿quiere un té?
-Gracias, ¿tiene té verde?
-No; tengo té común o té de rosa mosqueta
-Rosa mosqueta, por favor
Esperé ansiosamente y aprecié su caminar neológico y sus movimientos neológicos y su piel blanca y su voz ronca y sus dedos cuadrados y su cabello que caía llovido en la esquina de sus hombros.
Me miraba extrañado, y no entendía, pero tomé el té y nos agradamos.
Le conté que lo había esperado todos los días en la plaza, y preferí no decirle que en ese momento me sorprendió su voz ronca y lo que me dijo; omití esa parte por cortesía y para mantener el ambiente romántico. Al terminar el té, se acercó con pan y queso y me ofreció un pedazo; luego del último bocado, perduró el silencio. Cruzada de piernas, tambaleaba mi pie derecho de un lado a otro, mordía mis uñas y además evitaba mirarlo pero ¿por qué?, ¿por qué no me decía de su problema? ¿por qué no me dejaba amarlo? Él rompió el silencio, se acercó a mi y me besó en la frente, luego se levantó, se echó la frazada encima y se acostó en el sillón de enfrente, buenas noches y comenzó a roncar. Del mismo modo me dormí yo también, no sin antes mirarlo, ver sus pestañas cortas barriendo la realidad (metaforando lo que sería: el hombre duerme), su índice temblando no sé debido a qué causa nerviosa, la boca abriéndose poco a poco, dejando tal vez un suspiro nauseabundo, un hálito de somníferos, o valium, las rodillitas tocándose, en la esquina de sus huesos puntiagudos se pegan, y creo que parece un niño, de cinco años quizá, mejor ocho. Me dormí. Al levantarme me di cuenta que había madrugado (es raro que yo madrugue, por lo general, me levanto tarde), el sol era ese sol mañanoso, una bola indefinida que aclarea toda la habitación, pero se borra; todo sol mañanoso finge destreza y petulancia, pero nunca abarca, y el calor no llega; y él no estaba- Simón, no estaba-. Entonces me senté, quizá venía, o se estaba bañando; pero me cansé de esperarlo, y fue al mes que recibí su carta: perdón, tuve que irme (cuestiones laborales); las cuentas están pagas, cuando regrese (calculo que serán dos semanas más), hablamos. Besos, Simón. Ahí me enteré de que se llamaba Simón y sufría mi primera desilusión con él; ni un día aguantamos juntos, se fue, sin aviso previo (¿existen los avisos imprevios?); pero la desilusión no fue mayor al amor; me quedé, le regué las plantas, mantuve su casa limpia y evité atender el teléfono. Las primeras noches me llamaba la madre y nene, nene, dame con el nene, y señora, no está, y me cortaba enojada y seguro me equivoqué de número decía antes de colgar furiosa; ahí decidí que sería mejor para nuestro porvenir dichoso, no atender más; si no atendía, mi futura suegra no iba a odiarme y además yo ya estaba sufriendo la neurosis de cualquier nuera.
Los días pasaban con tranquilidad y me sentía la mujer de; aún no conocía el apellido, pero por sus facciones, me imaginé un apellido italiano, Giacometti, Di Grazia, Di Nanni, di todo por él y no llegaba; me imaginaba sus hijos en mi vientre, levantando el índice como cuando lo vi dormir, diciéndome mamá; lo imaginé viejo, a veces me costaba imaginarlo, lo había visto tan poquitas veces que me confundía su imagen con otras. Una semana, nada, otra semana, nada; no venía y creo que había desistido de la idea de venir.
Finalmente llegó, y lo abracé, y lo besé y además sin querer me puse a llorar (sin querer, porque de haber querido, lo hubiese evitado).
-Te extrañé
-Jazmín, ehm, tendríamos que hablar, ¿no te parece?
-¿Hablar de qué?
-De nuestra situación
-Pero…hablarosamente no se solucionan las cosas; sufrí tu abandono ¿y vos crees que hablando se solucionan las cosas? No querido, yo seré buena pero no…
-No, no, ya sé; decía que…¿te vas a quedar a vivir acá?
-Porsupuestamente
-¡Está bien!
-Llamó tu mamá casi todos los días
-¿Qué le dijiste?
-Nada, tenía la voz irritaria de las madres que saben que el nene se casa
-Ja! ¿Qué?
-Ahora te reís, pero cuando me abriste la puerta ¡no te reíste! Bien que me dejaste                       pasar y bien que te dormiste sin problemas. Eso es íntimo, muy íntimo. Y yo creo que las relaciones de amor se construyen con la base de las acciones intimosas.
-¿Relaciones intimosas? ¿Íntimas, no?
-Sí, bueno; ¿ves? No te das a conocer; yo ya sé de tu problema
-Yo no sé de que hablas pero está bien, quedate; no tengo mayores problemas
-Te amo, Simón

A partir del día en que le dije te amo, dejó de hablarme; yo vivía con él, pero no sé si él conmigo. Dormíamos juntos y cada tanto sexualizábamos, pero ni una palabrita, después del sexo, a dormir, y después de dormir a regar las plantas. Me mantenía, ah sí, eso sí, nunca me faltó la comida, ni la ropa; también, cada tanto había reuniones, y los amigos me miraban raro, y la madre igual. Vieja bruja. Pero no señor, no me iban a agarrar a mí; lo senté y le dije que no más fiestas. Y ahí por fin, hablamos de nuevo, y se empezó a reír y dio un portazo que se escuchó hasta la otra cuadra; llegó borracho, y ahí sí que me habló, y me dijo loca, y después me besó y me acostó, cuando estábamos por llegar a lo mejor, me agarró del cuello e intentó matarme. El matamiento amoroso es un caso crítico en la sociedad de los días de hoy; por todos lados matan a uno, matan a otro y ojo que se aman, eh. Moradita quedé, y empezó a reírse fuerte y cada vez más fuerte y “estúpida”.
Me puse a llorar, me trajo los recuerdos de cuando nos conocimos; nunca le pregunté por qué me llamó así la primera vez, tampoco él sacó el tema.
Una noche despilfarraba alegría, y habló más que ninguna vez; me dijo que estaba enamorándose de mi y que me amaba locurosamente, y los matamientos también reivindican al amor y que la sexualización conmigo era hermosa y que olía como mi nombre, que jazminosamente se respiraba todo el aire de la casa desde el día en que yo llegué y que porsupuestamente yo estaba loca como una cabra. Y se fue y no lo volví a ver nunca más.
Con el tiempo –pasamos juntos ocho años- y con la ayuda de mi analista, aprendí que me estaba tomando el pelo y pude superar la frustración.
Ayer entré a la casa de Carmiña y la maté; le corté uno a uno los dedos, le pegué la boca con líquido multiuso, le saqué los intestinos, y después me acosté al lado de ella y me quedé dormida. Tenía cara de espanto.

                                          

4 comentarios:

A. Gabriel dijo...

Me gustó, eh. De hecho, entré con la intención de, por el momento, ojearlo (en este pantalloso caso uno no se salva de la atrocidad ortográfica si pone "hojearlo")y no pude menos que leerlo enterito. Me gustó.

LJG dijo...

Si me ojeás el relato, tengo que usar cintita roja?
Si uso cinta roja, me hojeás el relato?
Melegra que háyate gustado.

A. Gabriiiiiirrrhhheeelll dijo...

No seas perversa.
Me alegra que te alegre que me alegre.

Gabriel dijo...

wegrowuegwwjkywqyweqwrew.