Le pedí un
/beso de esos que solo da él/
un jazmín tallado en la yema
de los dedos /con que me marcó la sombra del vestido/
y a penas un leve silbido manchó el sudor de debajo de mis hombros
con la lengua, garantizando de ese modo no dejarme perder.
Le brindé una hoja
medio muerta
/me encontraba en esos días de paseo/
y un boleto que decía dos palabras
ni atinadas, ni nombradas.
/me encontraba en esos días de paseo con las manos abrumadas/
y un beso de recuerdo en un papel,
con la boca roja- y no es costumbre pintar de rojo-
para dejar una huella parecida pero casi lo mismo
y que cuando abra el papel
/servilleta en un bar de pasamanos encontrada/
bese y bese y me recuerde solo a mí.
Y nos dejamos un abrazo, de mate y beso, de pan y queso,
yo a él y él a mí /en el umbral de casa y a cada rato beso y preso, monto, costo, puteo, pampa y el tren, manoseo, allí-último-encuentro de dos menos uno/
y medio ojo para vernos de reojo
y media pierna para medio amarnos
y medio sol para que no lastime tanto el polvo diurno
y media palma que masturba a medias, sin medias a mitad de noche, o a las
once y media cuando baja la luna y se golpea contra el suelo-brillo-que-
deja-halo-de-reja- cuando la palabra se interrumpe y no estamos los dos.
Pero le pedí de nuevo un-
/beso de los que solo da él/
y a costas de dos consuelos, valieron dos muertos, presentados sin un velo y dejándose caer.
Sin beso amortajada /la boca del espanto, el estómago del viento/
me tiré contra el espejo y dejé estallar el cuerpo
/que disimulado cayó a tu
encuentro, metiéndose en el
colchón tuyo y así tu sangre/
y pintarme la boca otra vez
para dejarte un nuevo regalo repetido de papel.